Esta es la historia de Mariana,
una hermosa jovencita; dulce ser humano, buena hija y hermana. Solo tenía el
grandísimo defecto de ser muy tímida. De
niña fue callada y de mirada triste,
rasgos que la acompañaron el resto de su vida. Solo jugaba con sus hermanas
porque no disfrutaba de la compañía de nadie ajeno a su familia; y aunque era buena estudiante no le gustaba
ir a la escuela, porque temía a los lugares donde se concentraba mucha gente.
En la universidad, fue objeto de burlas
porque tartamudeaba cuando tenía que hablar en público. Rehuía de relacionarse
con los compañeros de clase y no tenía amigos. Fernando era un muchacho tímido
también, pero no de la forma tan extrema como Mariana; aun así podía entender
por el infierno que estaba pasando. Por coincidencias del destino, o tal vez
no; Fernando tenía las mismas clases que la muchacha.
Aprovechó para acercarse muy
lento y con mucho tacto, sin asediarla y poco a poco la hermosa jovencita se
permitió hablar con él y más tarde salir.
Él se había enamorado desde la
primera vez que la vio y ella parecía sentir lo mismo porque no demoraron mucho
en volverse novios.
Tuvieron algunos percances, como
la mayoría de las parejas, pero se prodigaban un amor tan puro que decidieron
casarse.
Ella se rehusó a hacer una
fiesta. No podía imaginarse ser el centro de la atención, tener que saludar a
tanta gente e incluso bailar. Fernando no tuvo ningún inconveniente en atender
las condiciones de su amada. Aun así, tendría que pasar por el suplicio de la
ceremonia religiosa, no podría con la vergüenza de vivir en unión libre y
casarse por lo civil ni siquiera estaba dentro de sus consideraciones, ella era
una muchacha de pueblo que creció creyendo en los mismos ideales de sus padres.
Escogieron una iglesia pequeña y
solo fueron invitados los familiares más cercanos. Pero muchos chismosos según
sus propias palabras: «fueron a ver como la mujer más tontica del pueblo había
conseguido marido». De tal manera, el templo quedó abarrotado de curiosos.
Sin poder hacer nada al respecto,
la novia tuvo que presentarse, casi no la convencen, no quería hacerlo, estaba
muy nerviosa, solo accedió, al pensar en su amado; no podía dejarlo plantado,
no se perdonaría hacerle eso al único ser humano con el que ella podía sentirse
una mujer libre y relajada. Le dolía el estómago, le dio agrieras y tenía hinchado
el abdomen.
No se sentía bien, pero se daba ánimos
pensando en que el martirio solo duraría una hora; después se iría de luna de
miel con su querido esposo y toda esta pesadilla que la había
atormentado por meses quedaría en el pasado.
Caminó al son de la marcha
nupcial mirando al suelo para no ver la cara de nadie, se aferró al brazo de su
padre y casi no se despega de él cuando este la entregó al novio.
El cura estaba leyendo la primera carta a los Corintios en su capítulo
trece, cuando un estruendo interrumpió la lectura. El sacerdote guardó silencio, pero al
constatar la naturaleza del ruido, aclaró la garganta y continuó con la homilía
como si nada, pero fue interrumpido de nuevo.
El presbítero intentó proseguir,
pero la gente no pudo aguantarse la risa. Escuchar a todo el mundo burlándose
de ella, la hizo tensionarse aún más y no pudo evitar que una tercera, sonora
flatulencia saliera de su ser. Incluso algunos familiares lejanos que no habían
sido invitados, rompieron a carcajadas. Fernando sabía que ese era el peor
castigo para una persona tan frágil como ella.
Le apretó con fuerza la mano y
volteo a mirarla para decirle que no hiciera caso de las risas, que eso era
solo una tontería sin importancia, que vivirían felices el resto de sus vidas. Pero
detuvo sus palabras al ver la cara de la joven completamente enrojecida por la
vergüenza y varias lágrimas negras rodándole por las mejillas. De pronto se
puso la mano en el pecho y se desplomó.
Las risas se detuvieron, y los
padres corrieron a auxiliarla, pero el novio no perdió tiempo; la cargó en sus brazos y se la llevó en el
carro que habían preparado para que precisamente los transportara después de la
boda. Fueron al hospital del pueblo.
Fue un infarto fulminante. Había
fallecido de física vergüenza en el altar, cuando llegó al hospital, ya estaba muerta, los médicos no pudieron
hacer nada.