sábado, 16 de noviembre de 2019

NÉMESIS


Rezó en un lenguaje desconocido y caminó entre los cadáveres de nuestros enemigos. Su cara era más ira que dolor. Las nubes taparon la luna para dejarnos en completa oscuridad.  Escuché  el rugido de una bestia y los alaridos de mis soldados.

Sentí un golpe en el pecho y el crujir de mis costillas. El impulso del impacto me  arrojó con violencia al suelo.  Intenté moverme y sentí como miles de agujas se me enterraban entre pecho y espalda. Tuve que quedarme tendido en el suelo.

No supe más de aquella noche, solo que estoy vivo y lisiado como una advertencia de aquella espantosa criatura que nosotros mismos engendramos con sangre, fuego y acero.

NUESTRO PRIMER Y ÚLTIMO BESO


—No debo hacerlo, por favor déjame ir. —Me dijo.

La tomé por la cintura y le besé el cuello; ella no se resistió. Subí mi mano y le agarré un seno con fuerza.

—Dime que no quieres esto y paro. —Le respondí entre susurros.

Ella solo gimió. Le levanté la falda y la acaricié profundamente entre las piernas mientras presionaba mi pelvis contra su trasero. Empezó a contorsionarse con un ritmo lento, haciendo que sus glúteos frotaran mi creciente tensión.

Nos desnudamos en unos pocos segundos sin dejar de acariciarnos para no perder el impulso. Me senté en una silla sin brazos y ella se sentó en mí para quedar acoplados con un suspiro. Tomó mi cara con ambas manos y por fin me besó.

Me abrazó el cuello y mi rostro quedó bien acomodado entre sus senos. Se meció con cadencia entre mis muslos haciendo que nuestra conexión se hiciera más intensa,  poco a poco fue aumentando la velocidad de sus vaivenes sobre mi pelvis; yo aferré mis manos en sus glúteos, pero no perturbé su fascinante ritmo. Al final, terminó dando pequeños saltitos sobre mí, como quien cabalga a lomo de caballo, el sonido del palmoteo de nuestras pieles, no hizo más que aumentar nuestro placer hasta que estallamos al tiempo.

Después del desenfreno, caímos en cuenta que haberlo hecho en la oficina del decano fue un terrible exceso. Decidimos ni siquiera saludarnos en clase, sabíamos que con solo cruzar miradas podríamos volver a perder la cordura y terminar atados en una desquiciada relación.
Ese día tuvimos nuestro primer y último beso.

MI PRECIADA KATANA


Iba  a llegar tarde al trabajo. Faltaban cinco minutos para las dos y la buseta marchaba a paso de tortuga. El chofer no tenía afán, paró en el semáforo y esperó que cambiara a rojo para quemar más de mi valioso tiempo.

Pude ver por el retrovisor su cara de satisfacción; creo que le excitaba saberse dueño de mi destino. Ese pensamiento alborotó algo por dentro de mí, sentí que la ira me quemaba la cara. Respiré profundo. «No puedo actuar con violencia», me dije, tratando de ser racional. Pero el pelafustán sacó un puto cigarrillo y se puso a fumar.

Sorbía del nefasto pitillo y lo sacaba por la ventanilla dejando su brazo izquierdo colgando de ella; mientras, en el más absurdo gesto de arrogancia, manejaba con una sola mano, creyéndose el amo del mundo.

No lo pude soportar. Salté  de la buseta  y me paré por fuera  de la ventanilla donde su velluda y rolliza extremidad sostenía el cigarro, saque mi katana y le cercene el brazo de un solo tajo.

Verlo gritar de dolor, desangrándose, me produjo un placer casi sexual.

Por eso prefiero caminar para no tener que volver a usar mi preciada katana.

FRÁGIL FLOR DE BODA


Esta es la historia de Mariana, una hermosa jovencita; dulce ser humano, buena hija y hermana. Solo tenía el grandísimo defecto de ser muy tímida.  De  niña fue callada y de mirada triste, rasgos que la acompañaron el resto de su vida. Solo jugaba con sus hermanas porque no disfrutaba de la compañía de nadie ajeno a su familia;  y aunque era buena estudiante no le gustaba ir a la escuela, porque temía a los lugares donde se concentraba mucha gente.
En la universidad, fue objeto de burlas porque tartamudeaba cuando tenía que hablar en público. Rehuía de relacionarse con los compañeros de clase y no tenía amigos. Fernando era un muchacho tímido también, pero no de la forma tan extrema como Mariana; aun así podía entender por el infierno que estaba pasando. Por coincidencias del destino, o tal vez no; Fernando tenía las mismas clases que la muchacha.
Aprovechó para acercarse muy lento y con mucho tacto, sin asediarla y poco a poco la hermosa jovencita se permitió hablar con él y más tarde salir.
Él se había enamorado desde la primera vez que la vio y ella parecía sentir lo mismo porque no demoraron mucho en volverse novios.
Tuvieron algunos percances, como la mayoría de las parejas, pero se prodigaban un amor tan puro que decidieron casarse.
Ella se rehusó a hacer una fiesta. No podía imaginarse ser el centro de la atención, tener que saludar a tanta gente e incluso bailar. Fernando no tuvo ningún inconveniente en atender las condiciones de su amada. Aun así, tendría que pasar por el suplicio de la ceremonia religiosa, no podría con la vergüenza de vivir en unión libre y casarse por lo civil ni siquiera estaba dentro de sus consideraciones, ella era una muchacha de pueblo que creció creyendo en los mismos ideales de sus padres.
Escogieron una iglesia pequeña y solo fueron invitados los familiares más cercanos. Pero muchos chismosos según sus propias palabras: «fueron a ver como la mujer más tontica del pueblo había conseguido marido». De tal manera, el templo quedó abarrotado de curiosos.
Sin poder hacer nada al respecto, la novia tuvo que presentarse, casi no la convencen, no quería hacerlo, estaba muy nerviosa, solo accedió, al pensar en su amado; no podía dejarlo plantado, no se perdonaría hacerle eso al único ser humano con el que ella podía sentirse una mujer libre y relajada. Le dolía el estómago, le dio agrieras y tenía hinchado el abdomen.

No se sentía bien, pero se daba ánimos pensando en que el martirio solo duraría una hora; después se iría  de luna de  miel con su querido esposo y toda esta pesadilla que la había atormentado por meses quedaría en el pasado.
Caminó al son de la marcha nupcial mirando al suelo para no ver la cara de nadie, se aferró al brazo de su padre y casi no se despega de él cuando este la entregó al novio.
El cura estaba leyendo la  primera carta a los Corintios en su capítulo trece, cuando un estruendo interrumpió la lectura.  El sacerdote guardó silencio, pero al constatar la naturaleza del ruido, aclaró la garganta y continuó con la homilía como si nada, pero fue interrumpido de nuevo.
El presbítero intentó proseguir, pero la gente no pudo aguantarse la risa. Escuchar a todo el mundo burlándose de ella, la hizo tensionarse aún más y no pudo evitar que una tercera, sonora flatulencia saliera de su ser. Incluso algunos familiares lejanos que no habían sido invitados, rompieron a carcajadas. Fernando sabía que ese era el peor castigo para una persona tan frágil como ella.
Le apretó con fuerza la mano y volteo a mirarla para decirle que no hiciera caso de las risas, que eso era solo una tontería sin importancia, que vivirían felices el resto de sus vidas. Pero detuvo sus palabras al ver la cara de la joven completamente enrojecida por la vergüenza y varias lágrimas negras rodándole por las mejillas. De pronto se puso la mano en el pecho y se desplomó.
Las risas se detuvieron, y los padres corrieron a auxiliarla, pero el novio no perdió tiempo;  la cargó en sus brazos y se la llevó en el carro que habían preparado para que precisamente los transportara después de la boda. Fueron al hospital del pueblo.
Fue un infarto fulminante. Había fallecido de física vergüenza en el altar, cuando llegó al hospital,  ya estaba muerta, los médicos no pudieron hacer nada.

domingo, 10 de noviembre de 2019

ACCIDENTE LABORAL



Esta es la historia del trabajador de una petrolera, un mecánico industrial a cargo de una válvula del oleoducto que se internaba en la frondosa vegetación del Catatumbo. Pedro se llamaba y su jornada era nocturna. El sueldo era muy bueno, tanto como para aguantarse mosquitos, culebras y uno que otro espanto.
Estaba más que acostumbrado a la presencia de los espíritus del monte que ya habían renunciado a hostigarlo, ya que su indiferencia era monumental, ni silbidos, ni materializaciones demoniacas eran suficientes para ahuyentar al curtido operario.
Pero hubo uno que se ensañó con el pobre Pedro. Este espectro no usó los mismos artilugios que sus antecesores, sino que trascendió al plano físico y le propinaba sendos coscorrones que le dejaban la cabeza llena de chichones.
Cansado del abuso físico, cuando tuvo unos días de descanso, fue a ver al párroco de Tibú que tenía una gran trayectoria y prestigio como exorcista, para que le ayudara con su problema. El cura le aconsejó que cuando el espanto comenzara a molestarlo dijera esta oración: «Me cubro con la sangre de Cristo y por su santo nombre te ordeno que te alejes de mi».
Eran las tres de la mañana del primer día de trabajo después de su descanso, cuando sintió el primer coscorrón de la jornada. Pedro recitó, sin quitar ni un punto ni una coma,  la oración que el sacerdote le enseñó.
Una voz grave y gutural le respondió: «Coma mucha mierda». Y  lo que parecía ser un hombre como de dos metros, cubierto por un pelaje negro y espeso, se materializó enfrente de él. Sin mediar más palabras recogió una piedra del suelo y se la arrojó a la cabeza.
Pedro duró dos meses y medio recuperándose, en una clínica de Cúcuta, de un trauma craneoencefálico que por poco le quita la vida.
El reporte de medicina laboral concluyó lo siguiente: «el paciente presenta incompatibilidad con la fauna local circundante a su área de trabajo, por tanto es muy posible que vuelvan a ocurrir accidentes de igual o peor gravedad, por lo que se recomienda que sea reubicado en un puesto de trabajo alejado de la influencia de espantos de naturaleza salvaje».